Citas


En este apartado iré recogiendo las mejores citas de mis libros favoritos o de aquellos que vaya leyendo. Por supuesto, si queréis añadir alguna la podéis poner en los comentarios y la añadiré a la lista.
Espero que poco a poco vaya aumentando de tamaño con todas vuestras aportaciones.


El nombre del viento
El día en que empezamos a preocuparnos por nuestro futuro es el día que dejamos atrás nuestra infancia.

 
Es duro que te acusen injustamente, pero aún es peor cuando los que te miran con desprecio son unos zoquetes que jamás han leído un libro ni han ido a ningún sitio que esté a más de treinta kilómetros de su pueblo natal.
 

—A Tinuë, por lo visto —dije sonriendo—. Tuan volgen oketh ama —añadí. Era uno de mis modismos siaru favoritos. Significaba «No le des importancia», pero la traducción literal era: «No te metas una cuchara en el ojo por eso».



El haiku de las palabras perdidas
Mi madre dice que los haikus son algo más que poemas. Cada uno es una emoción que aparece y al instante se desvanece, como todo lo bello de la vida. Un parpadeo fugaz que nos muestra la esencia de las cosas.



Crimen y castigo

Porfirio Petrovitch se detuvo un instante para tomar aliento. Hablaba sin descanso y, generalmente, para no decir nada, para devanar una serie de ideas absurdas, de frases estúpidas, entre las que deslizaba de vez en cuando una palabra enigmática que naufragaba al punto en el mar de aquella palabrería sin sentido.



Don Juan Tenorio

¡Ah! ¿No es cierto, ángel de amor,
que en esta apartada orilla
más pura la luna brilla
y se respira mejor?
Esta aura que vaga, llena
de los sencillos olores
de las campesinas flores
que brota esa orilla amena;
esa agua limpia y serena
que atraviesa sin temor
la barca del pescador
que espera cantando el día,
¿no es cierto, paloma mía,
que están respirando amor?
Esa armonía que el viento
recoge entre esos millares
de floridos olivares,
que agita con manso aliento;
ese dulcísimo acento
con que trina el ruiseñor
de sus copas morador,
llamando al cercano día,
¿no es verdad, gacela mía,
que están respirando amor?
Y estas palabras que están
filtrando insensiblemente
tu corazón, ya pendiente
de los labios de don Juan,
y cuyas ideas van
inflamando en su interior
un fuego germinador
no encendido todavía,
¿no es verdad, estrella mía,
que están respirando amor?
Y esas dos líquidas perlas
que se desprenden tranquilas
de tus radiantes pupilas
convidándome a beberlas,
evaporarse, a no verlas,
de sí mismas al calor;
y ese encendido color
que en tu semblante no había,
¿no es verdad, hermosa mía
que están respirando amor?
¡Oh! Sí, bellísima Inés,
espejo y luz de mis ojos;
escucharme sin enojos,
como lo haces, amor es:
mira aquí a tus plantas, pues,
todo el altivo rigor
de este corazón traidor
que rendirse no creía,
adorando, vida mía,
la esclavitud de tu amor.
 
El primer día
 
"Hay una leyenda que cuenta que un niño en el vientre de su madre conoce todo sobre el misterio de la Creación, desde el origen del mundo hasta el fin de los tiempos. Cuando nace, un mensajero pasa por encima de su cuna y posa un dedo sobre sus labios para que jamás desvele el secreto que le fue confiado, el secreto de la vida. Ese dedo que borra para siempre la memoria del niño deja una marca. Esa marca la tenemos todos sobre el labio superior, salvo yo.
El día que nací, el mensajero olvidó visitarme, y me acuerdo de todo."
 
 
Crepúsculo
 
—Has dormido profundamete, no me he perdido nada —sus ojos centellearon—. Empezaste a hablar en sueños muy pronto.
Gemí.
—¿Qué oíste?
Los ojos dorados se suavizaron.
—Dijiste que me querías.
—Eso ya lo sabías —le recordé, hundí mi cabeza en su hombro.
—Da lo mismo, es agradable oírlo.
Oculté la cara contra su hombro.
—Te quiero —susurré.
—Ahora tú eres mi vida.
 
Luna nueva
 
No llevaba siquiera una camiseta, a pesar de que el aire que entraba por la ventana era lo bastante fresco como para hacerme tiritar. Ponerle las manos en el pecho me hizo sentir incómoda. La piel le ardía, como la cabeza la última vez que le toqué. Era como si siguiera griposo y con fiebre.
Pero no tenía aspecto de estar enfermo. Parecía enorme. Se inclinó sobre mí, cohibido por la furiosa reacción. Era tan grande que tapaba toda la ventana.

—No comprendo nada.
—Lo sé. Quiero explicártelo... —de pronto, se calló y se quedó boquiabierto, como si se le hubiera cortado la respiración. Luego, volvió a respirar hondo—. Quiero hacerlo, pero no puedo —dijo, aún enojado—, y nada me gustaría más.
 
 
Eclipse
 
—Um —susurró cerca mi piel—. Eres aún más adorable cuando te pones celosa. Es sorprendentemente agradable.
Torcí el gesto en la oscuridad.
—Es tarde —repitió. Su murmullo parecía casi un canturreo. Su voz era suave como la seda—. Duerme, Bella mía. Que tengas dulces sueños. Tú eres la única que me ha llegado al corazón. Siempre seré tuyo. Duerme, mi único amor.
Comenzó a tararear mi nana y supe que era cuestión de tiempo que sucumbiera, por lo que cerré los ojos y me acurruqué junto a su pecho.
 
 
Amanecer
 

Hicimos los votos sencillos con las palabras tradicionales que se habían dicho millones de veces, aunque jamás por una pareja como nosotros. Sólo le habíamos pedido al señor Weber que hiciera un cambio pequeño y él amablemente sustituyó la frase «hasta que la muerte nos separe» por una más apropiada que rezaba: «tanto como duren nuestras vidas».
 
 

La asesina miró por encima del hombro de Rosalie y clavó en mí la vista. No había conocido a ningún recién nacido concentrar la mirada de esa forma.
Tenía unos ojos castaños, del color del chocolate con leche. Eran iguales a los de Bella.
De pronto, se calmaron los temblores que sacudían mi cuerpo. Me inundó una nueva oleada de calor, más intenso que el de antes, pero era una nueva clase de fuego, uno que no quemaba.
Un destello.
Todo se vino al traste en mi interior cuando contemplé fijamente al bebé semihumano y semivampiro con rostro de porcelana. Vi cortadas de un único y veloz tajo todas las cuerdas que me ataban a mi existencia, y con la misma facilidad que si fueran los cordeles de un manojo de globos. Todo lo que me había hecho ser como era —mi amor por la chica muerta escaleras arriba, mi amor por mi padre, mi lealtad hacia mi nueva manada, el amor hacia mis hermanos, el odio hacia mis enemigos, mi casa, mi vida, mi cuerpo, desconectado en ese instante de mí mismo—, clac, clac, clac... se cortó y salió volando hacia el espacio.
Pero yo no flotaba a la deriva. Un nuevo cordel me ataba a mi posición.
Y no uno solo, sino un millón, y no eran cordeles, sino cables de acero. Sí, un millón de cables de acero me fijaban al mismísimo centro del universo.
Y podía ver perfectamente cómo el mundo entero giraba en torno a ese punto. Hasta el momento, nunca jamás había visto la simetría del cosmos, pero ahora me parecía evidente.
La gravedad de la Tierra ya no me ataba al suelo que pisaba.
Lo que ahora hacía que tuviera los pies en el suelo era la niñita que estaba en brazos de la vampira rubia.
Renesmee.
 
 

Apreté las manos sobre su cara una vez más y retiré el escudo de mi mente para dejarme ir de nuevo hasta los nítidos recuerdos de la primera noche de esta vida nueva, demorándome en los detalles.
Reía sin aliento cuando la urgencia de su beso interrumpió otra vez mis esfuerzos.
—Maldita sea —refunfuñó mientras me besaba con ansia por debajo de la barbilla.
—Tenemos todo el tiempo del mundo para perfeccionarlo —le recordé.
—Por siempre y para siempre jamás —murmuró.
—Eso me suena a gloria.



El sol brilla por la noche en Cachemira
 
—Tu voz...
—¿Qué le pasa a mi voz?
—Eres la que anda por el paraíso.
Sonríe.
—Era una estrofa de Coldplay —explica sin prisa—. Y no va de andar por el paraíso, sino de soñar con él. Llevo unos cuantos días sin poder sacármela de la cabeza. Me gusta porque habla de cosas reales; los paraísos están sólo para soñarlos.

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